Umberto Amaya Luzardo - Las valientes también me gustan

06.04.2014 15:18

Vamos entonces, tú y yo,

Cuando el atardecer se extiende contra el cielo.

Thomas S. Eliot

                                                            

Arauca, octubre 16 con calor de medio día.

Carajita: Deja que te llame carajita para que así, con un poco de intimidad pueda contarte mejor las cosas. Contarte por ejemplo que el lunes al caer la tarde te vi por primera vez, y el miércoles en la mañana se formó el mierdero. Ese lunes lo tengo claro, pasaste rozando el puesto de las empanadas pequeñitas que venden a solo trescientos pesos. Yo estaba ahí parado mirándote y en la alegría de ver una catira bonita, te sonreí y tú, con una sencillez que casi me congela, me devolviste en lazo abierto tu sonrisa.

–Prueba una, yo invito –te dije, y me respondiste que no. Pero insistí pidiendo que por favor la aceptaras para no sentirme despreciado. –Si quieres mejor llévate diez, que yo con gusto las pago. –Llévaselas a los presos, que ahí no más queda la cárcel –te dije, casi que con autoridad. ¿Te acuerdas?

–El miércoles entendí por qué te gustó la idea y por qué me aceptaste las empanadas que te dieron en una bolsa de papel con la parte de abajo transparente de manteca. Te las entregaron, sacaste una y la mordiste comprobando que son pequeñitas pero deliciosas. Unos segundos no más te vi a los ojos y quedé sorprendido, porque las catiras de estos lados son marmoleñas y de ojos claros y otras más escasas todavía, tienen ojos de candela en marzo, pero los tuyos son diferentes, tienen un verde intenso color retoño.

Te vi las tetas mal escondidas en la camisa y se convirtieron en un imán para mis ojos; tú lo notaste y poniendo el semáforo en verde, me dijiste con picardía de cómplice: –Las tengo un poco grandes, pero con una plata que voy a recibir les voy a disminuir una talla. Lo dijiste por mamar gallo y mamando gallo te respondí: –No, yo te pago la operación, pero no para que te las disminuyan sino para que te las agranden, que a mí no me gusta acariciar sino amasar con furia –te dije, feliz de encontrar una mujer como tú, sin escrúpulos de monja ni vergüenza genital, pero sentí en tus palabras la necesidad que tiene todo recién llegado de poder comentar con alguien afín sus emociones, y vi también en el fondo de tu alma el vaso de angustia que debías beber. Quiero decir con esto, lo que el olfato me dijo, que no habías llegado al pueblo a turis-vagabundear sino que en algún cruce serio te movías. Por eso, no te pregunté el número telefónico, además, no cargabas celular, yo me di cuenta. Te pedí el correo y en un pedacito de la bolsa que no estaba enmantecado lo apuntaste y todo sucedió como en esos amores ridículos, en que los acercamientos jamás pasan de besito en la mejilla, y es verdad, entre nosotros no ha pasado nada todavía, pero en el pueblo sí, en el pueblo se formó el mierdero y fuiste tú la protagonista.

Antes que todo eso sucediera yo tenía ya tu dirección electrónica, que escribir por internet es mi fiebre, porque en la escritura tiene uno la intimidad y el encanto de rumiar las palabras, en cambio con el teléfono debes ser más repentista y estás siempre peleando con los minutos y cuando no estás acostumbrado te atoras, y como en el amor, hasta las palabras se acaban. Pero mi vicio es intercambiar mensajes largos con mis amigas cibernautas y las que por pereza empiezan mandando frases de Pablo Cohelo, o grupos de oración en cadena, les doy el preaviso y si insisten en sus pendejadas y en su contaminación visual, les cierro los vidrios. Y en esta vida de peregrino que me ha tocado, cuando paso por los pueblos busco las peladas que se escriben conmigo y les hago la visita. Por eso en este primer mensaje, te pido que me digas en qué pueblo vives para que cuando pase por allá, almorcemos juntos, y si por el mierdero que formaste estás escondida, a caballo vamos p’al monte, que yo soy de allá, y por allá te llego, con mi cuatro sonoro de cálida poliritmia, quizás desnudo o cubierto de harapos; pero un favor te pido muchachita: “Alista las alpargatas porque lo que te llega es joropo”.

Al finalizar la carta, cuando presione la tecla “enviar” me daré cuenta si la dirección que me diste es verdadera, o si lo hiciste simplemente por seguir la mamadera de gallo: lacatiratira@hotmail.com ja, já…! Todo es posible y ya quisieran los policías, los presos y muchos otros tener tu e-mail.

Las palabras tienen el sabor de la tierra que las produce y como en la llanura solo crece lo que comúnmente nace en todas partes: la hierba, hoy, nueve días después de nuestro encuentro, con voz de sabana y con sabor a pajonal, tendré que empezar esta carta como la empezaría cualquier llanero: Con un saludo por delante.

El miércoles en la media mañana que estaba en mi oficio de –no hacé ná– como dice la canción, escuché unos tiros sueltos, tiros regados les decimos nosotros porque los disparos están distanciados en el tiempo, pero cuando llegó lo grueso de la plomacera, que yo me asomé, vi a mis vecinos metiendo y sacando la cabeza por la ventana, que parecían gusanos entre una guayaba, todos mirando al occidente, en dirección de la cárcel. Sonaron las sirenas de las radio patrullas y en cada uno de nosotros empezó el trabajo de sacar conclusiones, lo primero que todos pensamos fue: “Se putió de nuevo el pueblito”.

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